—¿Qué te sucede abuelo?
—Me duele el corazón, Fermín.
—¡Si el corazón no duele!
—Este dolor no es el que tu piensas. Es otro tipo de dolor, es el dolor de la añoranza, de la lejanía de mi Pamplona.
—Llevas mucho tiempo acá y nunca te vi así.
—Hoy es diferente. Es el día de tu santo.
—¿Que tiene que ver eso, para tu estar triste?
—Nada, pero es tu santo porque es siete de julio. Es el gran día de Pamplona, y estar tan lejos de allá me ha hecho entristecer. Han pasado cincuenta años desde mi marcha y aun recuerdo vivo mi último encierro. »Daría todo por estar un solo día allá, ver por última vez correr a los mozos ante los astados. Tan solo eso me haría falta para morir en paz.
—Pero sabes que eso no puede ser. Desde que mi padre murió los recursos de la familia son escasos. Tan solo trabajo yo.
Al año siguiente en un balcón de la calle Estafeta.
—¿Qué te sucede abuelo?
—Me hierve el corazón.
—Pero si el corazón no hierve.
—Es la dicha de estar aquí.
—¡ ABUELO, ABUELO! ¿Qué te sucede?
—Se paró su corazón —exclamó alguien.
—¡Pero si está sonriendo!