El día veinticuatro de Febrero de 1936, el recuento de las papeletas daban la victoria al Frente Popular, coalición electoral de ideología republicana, antifascista y comunista liderada por Don Manuel Azaña, en las terceras elecciones generales de la Segunda República Española.
En la jefatura del Estado Mayor, el General Francisco Franco hecha las muelas, no puede dar crédito a los resultados electorales que acaba de oír a través del aparato de radio, que previamente había sintonizado su ayudante, el Sargento Francisco García. — Telefonea inmediatamente a la sede de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) y localízame a su presidente —ordenó Franco al sargento.
Mientras el suboficial, un tanto nervioso intentaba que la secretaria situada al otro lado de la línea pudiese localizar a Don José María Gil-Robles, Franco no dejaba de maldecir en voz baja, en un gallego mezclado con castellano casi incomprensible para el capitán Barrios y el comandante Ramírez, asesores personales del general, con los que había compartido minutos antes la noticia de Radio Nacional de España.
El Señor Gil-Robles al aparato, mi general —anunció el Sargento García, al mismo tiempo que alargaba el brazo, para entregarle el receptor del telephone Heemaf W28.
—Buenos días José María —increpó el oficial a la espera de un saludo por parte de su interlocutor—. Dime que ha ocurrido para que hayáis perdido estas elecciones, y haber otorgado a estos indeseables marxistas el gobierno de España. Esto provocaría una debacle nacional de incalculables consecuencias. Necesitamos presionar al gobierno provisional de Don Manuel Portela para que decrete la Ley Marcial, se declaren nulas estas elecciones, se supriman las garantías constitucionales y de esta manera conseguir que los militares y la policía dirijamos el país. De no ser así esta chusma nos va a llevar a la ruina y a una posible confrontación social —afirmó Franco, al tanto que con la mano izquierda, la alzaba y bajaba como si de un director de música dirigiendo a la orquesta se tratara.
Al día siguiente y aprovechándose de su autoridad como Jefe del Estado Mayor Militar y ante la ineficacia del Gobierno Provisional, ordenó decretar el Estado de Guerra, comunicándolo a todas las regiones militares.
Zaragoza, Valencia, Alicante y Oviedo le obedecieron, aunque la intentona golpista fracasó al no sumarse a la sublevación la Guardia Civil.
Días después, Don Manuel Azaña fue nombrado Presidente del Gobierno. Su primera maniobra política fue llamar a su despacho al general Franco.
—Buenos días mi general. Pase por favor, siéntese —le pidió amablemente el presidente del gobierno, mientras le ofrecía su mano, gesto que Franco correspondió y aprovechó para felicitarle.
—Enhorabuena. Me alegro muchísimo por su nombramiento como Presidente del Gobierno.
—Seamos realistas mi general, los dos sabemos que no es cierto, nos conocemos mucho tiempo para saber que no es sincero en sus palabras, aunque estas vayan envueltas en amabilidad, como también sabemos quiénes estuvieron detrás de la intentona golpista de la semana pasada. No tengo pruebas contra usted y por ese motivo no puedo ordenar una degradación o incluso una destitución de su rango militar, pero lo que si puedo y es lo que voy a hacer es relevarle de su cargo de Jefe del Estado Mayor y enviarle a las Islas Canarias, como Comandante General. Este gobierno recién elegido, no se puede permitir levantamientos militares de este tipo, que solo conducen a la ruptura de las libertades democráticas que tanto nos ha costado conseguir a todos los españoles. En el primer Consejo de Ministros aprobaremos su traslado. Puede retirarse, tengo mucho trabajo por delante y la situación me exige rapidez.
—Creo que no está siendo justo conmigo, quiero recordarle aunque no hace falta, que fui yo quien sofocó la revuelta de Asturias en octubre del treinta y cuatro, dirigiendo las tropas de los regulares del Ejército de África y a los legionarios procedentes del Ejército Español de no haber sido por mí ahora mismo la República sería historia, por eso debo confesarle mi malestar, y considero este traslado como un destierro.
Antes de salir para Canarias, Franco tuvo una reunión secreta con algunos generales, como Mola, Goded o Sanjurjo entre otros en la que se decidió llevar a cabo un Golpe de Estado, pero él personalmente no se comprometió a nada, aunque ordenó se le mantuviese informado.
A finales de junio los detalles del alzamiento estaban ya preparados, solo faltaba que el general Franco confirmase su participación, y de ser así conseguir un avión para trasladarle desde Canarias a Tetuán con el fin de ponerse al frente de las tropas regulares en el Protectorado español.
A las siete y diez del once de julio, despegaba del aeropuerto de Croydon, al sur de Londres, un bimotor de Havilland D.H.89 Dragón Rapide, pilotado por el Capitán Bebb, como pasajeros para no levantar sospechas, un mayor inglés, su hija y una amiga de esta con destino a Tenerife para disfrutar de unas vacaciones. Fue el contrabandista de armas y tabaco, Juan March, el encargado de entregar un cheque en blanco al propietario del periódico ABC, Juan Ignacio Luca de Tena, para financiar la operación.
Después de hacer una parada en Burdeos, al sur-oeste de Francia, continuaron viaje hacia las Islas, aunque un incidente inesperado al llegar a los Picos de Europa, les hizo regresar a Biarritz.
En una sala del centro de espionaje, perteneciente al Ministerio de la Guerra, situado en el Palacio de Buenavista en Madrid, una telegrafista alzó la mano derecha con el fin de avisar a un subteniente encargado de alertar a sus superiores de posibles irregularidades detectadas a través de las telecomunicaciones.
—Acaban de informar desde el centro de control del aeródromo de Sondika, en Vizcaya de la localización de un avión de origen británico cuyo piloto no se ha identificado correctamente ni tampoco ha aclarado el plan de vuelo. Se ha enviado un bombardero ligero modelo Aero A101 para interceptarle, se le ha obligado a aterrizar en Biarritz —anunció la trabajadora.
Después de interrogar al piloto y pasajeros, el capitán Don Juan Moreno informó desde una sala del aeródromo de Biarritz al Ministro de la Guerra, Don Santiago Casares Quiroga, de las intenciones reales de aquel vuelo.
—Tenemos que utilizar la ventaja que nos otorga conocer esta conspiración, para aprovechar el vuelo del Dragón Rapide, subiendo a bordo a un grupo de asalto cualificado con el fin de detener a Franco, y así poder evitar el traslado de este a Marruecos —explicó el Ministro a dos de sus generales.
Cuando Francisco Franco se disponía a subir desde una pista del aeródromo militar de Gando, en las Palmas de Gran Canaria al aparato fue detenido, esposado, y trasladado a la península en el Dragón Rapide, el mismo avión que habría de llevarle a Tetuán. —Noticia de última hora. Hoy diecinueve de Julio de 1936, se acaba de abortar un Golpe de Estado, encabezado por el Ex general Francisco Franco, el cual acaba de ser encarcelado en espera de un Consejo de Guerra.
—¡¡Que suerte hemos tenido los republicanos en particular y todos los amantes de la libertad en general!! Y pensar que ayer quemé casi todas mis novelas para evitar posibles represalias. No importa, tengo toda una vida por delante para volver a escribir. De todos modos voy a reescribir Bodas de Sangre, Mariana Pineda, Romancero gitano y Poeta en Nueva York, son mi sello de identidad, mas adelante intentaré rescatar de mi memoria alguna otra mas como Poema del canto jondo y La casa de Bernarda Alba. Volveré a recobrar las tertulias del café Alameda en mi querida Granada. Me refugiaré en mi casa de Fuente Vaqueros y disfrutaré mas de la compañía de mis padres mientras escribo un ensayo sobre un tema que me interesa como es el de la homosexualidad. Regresaré a Madrid, a la residencia de estudiantes y aprovecharé mucho mas las conversaciones y sabiduría de algunos de mis compañeros como es el caso de Luis Buñuel, Rafael Alberti y Salvador Dalí. Me han dicho que se ha instalado en la pensión Carmona de Granada un compositor gaditano al que quiero conocer antes de partir rumbo a la capital de España, se llama Manuel de Falla.
Dejé conversaciones pendientes con amigos escritores cuando en 1927 nos reunimos en el Ateneo de Sevilla para conmemorar el tercer aniversario de la muerte de Luis de Góngora. Aun así aprendí muchísimo en mis charlas con Pedro Salinas, Vicente Alexandre, Gerardo Diego y Dámaso Alonso. »¿Qué es ese ruido? Parece el cerrojo de la puerta de una celda ¿Dónde estoy? Maldita sea. Pero si estaba soñando.
—Federico. Es la hora —gritó un guardia civil, después de abrir la puerta desengrasada del calabozo.
La madrugada del dieciocho de agosto de 1936 el camino de Vicnar a Alfacar fue testigo de los últimos pasos de un hombre bueno, al que una bala disparada por el fanatismo mas extremo acabó con su vida.
Su nombre: Federico García Lorca.